La preparación del disolvente y del coagulante con elementos extraños a los que intervienen en la Obra, tales como lejías, ácidos, etc. en la Edad Moderna fue una práctica habitual, pero contraria a las indicaciones de los “maestros medievales” tales como Alberto Magno, Razes o Geber. Cuando Alberto Magno decía que el mercurio se limpia de sus impurezas acuosas y terrestres por sublimaciones y lavajes muy ácidos no se estaba refiriendo a algo extraño (se usaban cosas como leche agria, vinagre de los limones, orina de niños…) sino a que la acidez reside en algún sitio de las impurezas que vamos eliminando. Decía que “hay un agua ácida, amarga, agria pero necesaria para el arte” y que está en los metales imperfectos.
Lo mismo nos decía Razes (860-940) cuando afirmaba que son los metales imperfectos los que contienen una amargura acuosa elemental (que está en sus impurezas) y que sirve para disolver los cuerpos (y, más tarde, para revivificarlos y “reconstituirlos”). Más aún Razes nos aclara que es Saturno (el plomo), aunque también nombra al arsénico, lo que nos complica todo. Una vez conocido de dónde sale aquello que disuelve, es necesario el componente que coagula. También sale del “agua elemental”, pero no de algún metal imperfecto, sino de uno perfecto. Puede ser el blanco o el rojo (el oro o la plata), según si nuestra intención es hacer la Piedra al blanco o al rojo. Tomemos, en esta ocasión, el rojo como ejemplo. Razes nos dice textualmente que su agua elemental no es amarga, sino dulce, que también está en la plata, pero el agua de la plata no disuelve, sino que coagula y fortifica, ya que no tiene acidez ni impureza como la de los metales imperfectos. No se puede ser más claro…
Fragmento del libro «Mis cartas con un alquimista».
Miguel López Pérez.
Continuará…
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