En el año 1994 entablé por primera vez conversaciones con alguien a quien pedí ayuda sobre la Alquimia. En realidad estaba buscando direcciones y formas de contacto con otros alquimistas españoles a fin de realizar mi Memoria de Licenciatura. Hoy, cuando recordamos en nuestras charlas aquélla primera vez, acabamos inevitablemente riéndonos a carcajada limpia. Nuestra relación ahora es de una profunda amistad y colaboración. Sin embargo, he sido yo quien más provecho ha sacado a la misma. Nunca imaginé entonces que podría llegar a enfrentarme a un oscuro texto donde se dice cómo hacer la Piedra Filosofal sin temor a no entenderlo, pero ahora lo hago. Y es gracias a él.
Al poco nos conocimos personalmente. Invitado a su casa, pasé un fin de semana hablando sin parar de lo que nos gustaba. Para mí era tocar el cielo. Estaba hablando con un alquimista y me estaba enseñando su horno, que, lo sé, es de lo más sagrado de sus instrumentos, y de los de cualquiera que se ponga a trabajar en esto. También me explicaba sus trabajos con dibujos de retortas, flechas, tiempos y muchas cosas más. Gracias a él he entendido qué es esto de la Alquimia. Me ha allanado un camino que, en el mejor de los casos, me hubiera costado hacer varias décadas. Me ha ahorrado años de estudio y miles de horas sin dormir. O sea, muchos, muchos esfuerzos.
Nunca entendemos bien cuál es la razón verdadera de las cosas. Así mismo, yo tampoco entiendo bien qué le llevó a confiar en mí, pero lo hizo. En respuesta a todas las satisfacciones que me ha hecho pasar, he decidido poner en conocimiento público dos cosas: una es nuestra correspondencia y otra es la visión que de la Alquimia he logrado construir con su ayuda. En realidad, ambas cosas son suyas y, por ello, nunca verían la luz si no es porque él me lo ha permitido. Conste que no se rompe aquí ninguna intimidad, ningún aspecto personal.
Desde aquélla primera forma de contacto, hasta que me dijo una madrugada que había logrado hacer lo que creía que era la Piedra Filosofal han pasado varios años. Los mismos que uno desea ahorrar en lecturas y errores al futuro amante del Arte Sagrado. Sólo hay algo que uno no puede intentar poner en palabras, que no puede cogerlo, atraparlo, fijarlo y estamparlo, y que es necesario: la voluntad de cada cual, sin la que nada es posible. Pero eso, Amigo lector, es algo que ni a mí ni al alquimista que vamos a conocer, nos toca hacer.
Prefacio de «Mis cartas con un alquimista».
Miguel López Pérez.
Continuará…
Imagen: San Jaya Prime. CC-By-SA.